Era alto,delgado,tieso a pesar de una incipiente chepa.Pelo blanco.Rostro agradable de campesino acomodado.Tenía un mirar fijo y penetrante,capaz de calcular de una mirada la anchura y la altura de una puerta.No había gritos en su garganta ni modales descompuestos en sus brazos o en su cuerpo.Sabía que sus hombres no iban a dudar ni un segundo ni un milímetro en obedecer y,por eso,no le ponía a sus voces de mando más énfasis que el apenas necesario para dejarse oír
domingo, 22 de agosto de 2010
Pepe Ariza
VÍCTOR GARCÍA RAYO. ABC. Lunes, 13-04-09
Vestido de negro, con hechuras de profeta, Pepe Ariza volvió la cara y caminó unos pasos cuando su hijo le dedicó la entrada en La Campana del paso del Nazareno de la calle Castilla. La emoción y la humildad no le dejaban estar cerca del martillo. Se hundía como la cabeza de su Dios de la cruz de carey. Ha dicho adiós en silencio, como lo hizo el Faraón, como lo hicieron los grandes. Saber irse es tan difícil que sólo lo clavan los genios. Es cuestión de corazón, elegancia natural y buena leche mamada.
El pelo de Pepe Ariza es plateado como el mejor sueño de Cayetano González, sus manos son de terciopelo, como los mantos que encajan el hilo de oro en los talleres de bordados sevillanos. Su voz es una corneta de la Banda del Sol, que limpia, fija y da esplendor a la tarde de puente morado y raso en el alma.
Se nos marchan cincuenta años de capataz, medio siglo de martillo y ronquera. Miles de ensayos, muchas vueltas, las levantás de seiscientos meses de trabajo y, sobre todo, la sencillez de un hombre capaz de emocionarse y apartarse de los objetivos cuando un hijo de su sangre le pide a la cuadrilla que se recuerden cincuenta años de amor y paciencia.
Ahora pienso en sus hijos, en su hermano Rafael, en todos sus sobrinos. Yo no estaba en el mundo cuando Pepe Ariza llamó a sus primeros martillos. Por eso siento este respeto, esta admiración por un hombre bueno. Lo acabo de ver en el video, vestido de negro con hechuras de profeta. Si pudiera, me metía en el palo ahora mismo para que llamara Pepe Ariza. Metería los riñones y, a su golpe de llamador, levantaría cincuenta años de vergüenza torera. Hoy no quiero relevo, quiero sacar y meter la cofradía del homenaje, del recuerdo de una persona que está sabiendo marcharse. Y es que tanto tiempo delante de ese Cristo que hunde la cabeza entre los hombros y viene entregado a la cruz desde Triana a Sevilla, debe marcar para siempre.
Llama cuando quieras, Pepe Ariza, que ya sueño que sigues mandando.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario